En un marco de incertidumbre avanza la coyuntura electoral, expectativa en la que estará inscrita la sociedad colombiana hasta mayo o, incluso, hasta junio del año en curso.
El momento denominado ‘primera vuelta’ de este ciclo electoral, las elecciones por las 102 curules del Senado y las 166 de la Cámara, y por su conducto por una importante tajada del ponqué burocrático y presupuestal del país, tiene como rasgo más prominente la indiferencia de las mayorías nacionales, como queda a la vista en la actividad y el discurso de los candidatos de los diversos partidos que con persistencia buscan atraer la atención y el favor ciudadano. Esta indiferencia no es nueva ni es para menos, pues el Congreso, donde el afán de la mayoría de sus integrantes no es obedecer sino mandar, encabeza el sitial de (des)honor como la más corrupta y la de menos credibilidad entre las instituciones oficiales. Un 82 por ciento de imagen desfavorable así lo ratifica.
Allí, en el Congreso, la mayoría de sus integrantes no se preocupa por el relacionamiento activo y decisorio con la ciudadanía. En un proceder digno de cualquier monarquía, en las listas de los partidos que controlan el recinto de las leyes figuran hijos, hermanos, esposas y otros familiares de quienes no pueden optar a la elección por estar presos o en investigación, por delitos como paramilitarismo y corrupción. Es ésta una designación por vínculo consanguíneo que resulta digno de las empresas electorales familiares predominantes por siempre en el país. Así operan desde antes y a lo largo del siglo XX, y hasta ahora, a través de las llamadas Casa López, Lleras, Santos, Pastrana, Gómez, Ospina, y las familias segundonas a su servicio. De acuerdo a sus intereses y al modelo de sociedad, suplantan y no representan.
Actúan esas castas en contravía de la democracia que supuestamente defienden, buscando siempre subir y no bajar. Los partidos, tradicionales y otros, deciden sin consulta alguna ante sus bases las decenas de nombres de quienes integran sus listas para el Legislativo. Es una acción sin diálogo ni debate alguno con la sociedad, para discernir acerca de quiénes y por qué motivo debieran encabezar a ser elegidos. En una escogencia que no establece los propósitos exactos de cada campaña, unos y otros se lanzan a la caza de los votos esquivos de esa minoría que termina reafirmando la desgastada democracia formal, en la cual el Legislativo siempre está a favor del Ejecutivo, así como del restante poder dominante, hoy y siempre, en lo económico, lo político, lo comunicacional y, por supuesto, lo militar.
Claro. Sin el ejercicio previo del diálogo ni del debate social y político, las mayorías apáticas ante la cosa pública están más decepcionadas de la misma en las últimas décadas, pues el país no supera un escándalo y otro escándalo, ni el estupor suscitado por el robo de millones de millones de pesos de que es objeto mediante contratos entregados a dedo. Así, el ciudadano desilusionado es testigo de la privatización del patrimonio público en todos sus niveles, comprobando que lo motivante para la mayoría de los políticos de profesión es servirse y no servir.
Y no salen los colombianos de estos asombros que, de tanto repetirse, tal vez ya no lo sean tanto, cuando quienes ofrecieron en campaña legislar en beneficio de los más de más votan con un sí los proyectos que siguen beneficiando a los menos de menos, con lo cual destruyen en vez de construir. Así, entre ley y ley, los impuestos siguen en creciente, y en línea contraria los salarios; los derechos no dejan de ser letra muerta, entre ellos los fundamentales, como salud, educación, trabajo, vivienda, en fin, todo un listado de negaciones que siempre, en una y otra oportunidad, terminan por acrecentar el acerado escepticismo y la despreocupación reinante en Colombia por lo gubernamental.
Estamos ante una disputa electoral entre los mismos de siempre, que, por el lado de los sectores que pretenden un cambio social, más radical o de menor tenor, con sus propuestas no alcanzan a crear en el conjunto social una atmósfera de ruptura con el pasado, nada favorable ni agradable para millones de connacionales. Es palpable una clara incapacidad para originar espectativas de cambio, de confianza en el porvenir y de triunfo en la coyuntura, ya que quienes se definen como alternativos al orden imperante no proponen más que tímidas reformas en lo económico y para el conjunto del régimen político, con determinación en aquello que los asesores de imagen denominan “políticamente correcto”.
De este modo, lo que se ofrece en la campaña electoral, inclusive por quienes se dicen contrarios al establecimiento, es más de lo mismo. Sin duda, están sujetos a las sensaciones mediáticas potenciadas por los creadores de opinión. En esa constante, no se deciden por presentarles a sus posibles electores un diagnóstico real del Congreso con que cuenta el país, desnudando sus características y determinantes, todas aquellas que lo sellan de manera total con el conjunto del poder, y que hacen indispensable el cambio de su naturaleza y sus integrantes, para que algún día se llegue allí a legislar en beneficio realmente social.
Queda en deuda así un diálogo/debate de estos candidatos con la ciudadanía en el cual se alcance a explicar que, mientras los sectores alternativos no logren una mayoría en el Congreso de la república, poco más que denuncias podrán realizar en el mismo. De ahí que sea imperioso construir, en una perspectiva de educación y organización social, pero también con proyección de dualidad de poder, otros espacios deliberativos en los que todos aquellos que padecen las consecuencias de lo aprobado por el poder a través del Legislativo se atrevan a ir configurando la sociedad que requieren y sueñan.
Necesitamos un proceder de los candidatos por el cambio, y de quienes en efecto lleguen a ser elegidos para tal instancia, que eduque y prepare para las luchas por encarar, con una convicción mucho más allá de lo electoral, en que la democracia directa y radical vaya tomando cuerpo, superando la formalidad liberal en la cual, en verdad y a pesar del ejercicio del voto, se termina por suplantar y por no representar, toda vez que lo defendido por los congresistas es lo conveniente para el sistema vigente y para los eternos monopolizadores del poder, nunca para las mayorías sociales.
Un tipo de proceder como el que planteamos requiere claridad y convicciones de poder, convicciones que obligaría a los militantes a ser nítidos en su relación con el conjunto social, pero también entre ellos, dejando a un lado las medias tintas, defendiendo sus ideales y sus identidades organizativas, sin proceder como en esta campaña parece que lo están haciendo, militando en unas listas, con un candidato a la Presidencia, pero impulsando a uno diferente. Todo un proceder que desdice de las afinidades que ahora reúnen a estos sectores alternativos y todo un proceder que, en vez de construir, termina por destruir.
Hay que decirlo sin temor: una política de nuevo tipo requiere claridad absoluta, romper los círculos de conveniencia, actuar en el presente con proyección al futuro cercano y lejano; involucrar de manera constante, en el debate y las decisiones, al conjunto social; dejar a un lado las manipulaciones; ver en cada acción un acto educativo y, por tanto, prepararlo y llevarlo a cabo con el debido sentido pedagógico, sin crear falsas expectativas o imposibles de concretar, acciones en las cuales los actores mayoritarios dejen de esperar que todo se haga a su nombre para asumir en sus manos su destino. Para proceder en consecuencia, hay que comenzar, en el ejercicio electoral mismo, por explicarles a los posibles votantes lo que no es factible conseguir por vía electoral, dibujando con todas las manos el camino por recorrer…, si de verdad se desea llegar a una sociedad otra.
Información adicional
- Autor:Equipo desdeabajo
- País:Colombia
- Región:Suramérica
- Fuente:Periódico desdeabajo Nº243, febrero 20 - marzo 20 de 2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario